Siempre me ha gustado cocinar, y siempre he pensando que los verdaderos "gourmand" tenemos el sentido del gusto y del olfato tan desarrollados que nos encanta hacerlo. Y al hacerlo, nos encanta crear. Sí, inventar nuevas recetas, no seguir con lo tradicional, intercambiar hierbas aromáticas, mezclar colores, inventar formas y provocar una reacción. Reacción que vemos al momento de servir a la mesa y observar los rostros y después escuchar los gruñidos de placer de los comensales. Y claro, la mesa es un factor muy importante. Tener la iluminación adecuada, el mantel que contraste los colores de nuestros platillos, el arreglo de los invitados en la mesa, y por supuesto, el vino. El vino es un gran protagonista y el mejor de los compañeros en esta travesía por los placeres del paladar...Pues bien, alguna vez he contado de una comilona que organicé hace ya dos años y que fue bautizada como La Fiesta de Babette, lo cual
me hizo subir a la estratósfera y de regreso. Y como ahora estoy pasando por una etapa muy mala, que me tiene sumida en la depresión, voy a aprovechar ese evento y lo voy a recontar, para así reanimarme.La cosa estuvo así: nuestro muy admirado y querido maestro y amigo Jorge Canseco nos había invitado ya un par de ocasiones a su casa, sintiéndonos nosotros sumamente halagados pues la invitación sólo corría a 3 parejas, 2 de las cuales ya eran gente notable (Doctores en Biología con experiencia en pulgas parásitas de los rinocerontes blancos y residencia en Africa, Maestras en Economía con estudios en Gales y excavaciones en Egipto, Maestras en Historia con publicaciones premiadas por el INAH en arqueología maya) y nosotros, que de notables nomás tenemos el físico (o sea, guapos nosotros). La cosa era seria, la comida también. Entre platos epicúreos rociados con champagne rosado de la viuda ¡milesimado! se sucedían conversaciones como la de la noche pasada en la copa de un árbol africano esperando a que el rinoceronte blanco desistiera de su enojo y la del viaje a Egipto en donde una queretana bautizada como Nefer Umbrella Ra picaba los ombligos de las estatuas faraónicas con su sombrilla de lunares... excelentes comidas con anfitriones de lujo y anécdotas emorables.Bueno, pues como ya le debíamos a don Jorge la visita recíproca, y buscando también que fuera algo memorable, decidimos organizar un festín por el 200o. Aniversario de la Coronación de Napoleón I, para lo cual escogimos el sábado más próximo a la fecha en cuestión. ¿Qué
tal, eh? ¿Pretexto? Para nada. El festín fue en serio. Jorge nos hizo adivinar, de la pintura de David, quien era quien y nos contó, como chisme, que Leticia (la mamá de Napo) no fue porque no quería a Josefina porque llevaba una vida muy disoluta, etc. etc. Charlamos, chismorreamos, bueno, creo que hasta lanzamos odas al emperador, y con tan buen ánimo, pasamos a la mesa. He aquí el menú que preparé para la ocasión:
- Raviol de betabel con caviar en mantequilla de cebollín con un Chablis Barton & Guestier 2002.
- Ensalada de espinacas con gajos de mandarina con agua Perrier.
- Chiles Poblanos rellenos de queso de cabra envueltos en hojaldre y en salsa de cilantro con un Bordeaux Saint Germain 2000.
- De postre hubo Mousse de chocolate al Cointreau y Granizado de vino de Bordeaux.
- Para finalizar, café expresso de Java, chocolates amargos Lindt, Calvados y Porto de 30 años.
Mmmm... A estas alturas, el pobre emperador había vuelto al olvido de 200 años y nosotros ya andábamos criticando a la Chacha (así se dice ella misma) que se pintaba el pelo color betabel en un baño de hotel micro y manchaba de rojo los chones de su compañera de cuarto, a Laurita la dentista que le ponía el cuerno al marido con un estudiante de ingeniería y entre los dos compraban inflables de momias y se vestían de Cleopatra y Marco Antonio y encendían antorchas, y bueno, de cantidad de chismes que, contados con el humor negro de Jorge se volvían carcajadas estentóreas. Esa reunión la recordaré toda la vida. Un año después, y justamente antes de celebrar una comida más en su casa, Jorge murió intempestivamente. Tenía 78 años, todos sus dientes y un estómago que no necesitaba Losec. Así lo recordaremos toda la vida, como un gran amigo que vivió intensamente.
Postdata: ¡Necesito recetas de entradas ligeras!